Por Pedro Lemebel
Y fue en un aeropuerto del sur, haciendo hora mientras pasaba la tormenta, en esos infernales galpones donde uno trata de acomodarse en los asientos tiesos. Allí, donde se intenta pegar pestaña un rato, pero no se puede porque hay que estar mosca por si anuncian la salida del vuelo. Fue ahí mismo donde la vi rodeada por la manga de estudiantes que la llevan en andas, custodiada, atendida y amada por la revolución pendeja que ella ha desatado con su mente brillante y sus hermosos ojos cabizbajos que les cuesta reír.
Tal vez, el verdadero merito del desate estudiantil que ha remecido el reinado Piñerin, lo tiene la bella Camila, la roja Camila, la dulce y aguda dirigente, a quien le apesta que la piropeen los periodistas amarillentos que tratan de frivolizar sus declaraciones políticas.
Pero ella, en completa serenidad, reitera una y mil veces los postulados éticos de sus demandas denunciando el lucro traficante en la educación. Y este discurso suena tan creíble, porque ella se la cree, la reflexiona, la piensa y la afirma a toda verdad con su carita de muñeca universitaria. Camila es creíble y todos los chicos le creen y la multitud respalda su discurso, cuando va con ella agitando las banderas, gritando por las calles coloridas en la marcha pendeja; la marcha carnaval que exige a todo tarro educación gratis y de calidad para el pobre, para el volao, para el que sufre, para el que no tiene y sabe que nunca tendrá lo que tienen los cuicos en sus colegios con nombre ingles. Educación digna, especialmente para quienes nunca la tuvieron, al menos para tratar de ecualizar el desmadre cruel del mercado caníbal donde se columpia el presidente millonario como una araña feliz. El presidente deslenguado que, desde las naciones unidas, alaba la movilización estudiantil y por debajo soporta que su alcalde gestapo de Providencia desaloje a punta de metraca los liceos tomados. El mismo siniestro torturador alcalde, que trato a Camila de peligrosa por tener una belleza satánica.
Pero a Camila no le entran balas, nadie logra sacarla de su segura claridad. A su manera, por cierto, a su forma, educada en la jota, muy firme. Quizás demasiado grave siendo tan joven, tal vez le falta un poco de humor, porque el humor bien usado también es oxigeno político.
Mucho que decir de la valkiria roja, de la estrella jota que resplandece justiciera en su sencillez de niña comunista. Y es como si ella misma se afeara, es como si no quisiera que la mire embelezada la multitud que corea su nombre. Por eso trata de pasar piola y baja la vista ante el acoso de las cámaras para evitar el close up a su perfil de Venus jotosa
Eso pensaba en aquella tarde de lluvia viéndola de lejos como evitaba mirar para que no la miraran. Tampoco estaba cohibida ni pudorosa. Más bien frontal y desenvuelta tratando de mimetizarse entre los estudiantes que igual que yo esperábamos que pasara la tormenta.
Quizás a Camila le ha tocado muy duro por ser mujer, joven, inteligente y además hermosa. Tal vez, ha recibido consejos de no ser tan protagónica. Es mal visto en la izquierda que una mujer sea tan visible y personalista. (¿Y porque no?). Que ella debe dar un paso al lado y permitir que también sus compañeros opinen y ocupen la pantalla. Y ellos lo hacen bien, son precisos y muy claros en sus discursos, pero no tienen la luminosidad de Camila que hizo brotar la revuelta estudiantil con su impertinente primavera.
En el aeropuerto, la voz de metal de la azafata me despierta de mis cavilaciones, la pista esta despejada. De lejos veo a Camila llevada por la multitud hacia la puerta de embarque, por las ventanas un rayo de sol amaranto arde en su pelo. Por fin ha dejado de llover.